“Una china tirada a un estanque suscita ondas
concéntricas que se extienden sobre su superficie, involucrando en su
movimiento, a distancias distintas, con distintos efectos, al nenúfar y al
junco, al barquito de papel y a la balsa del pescador. Objetos que se mantenían
a su aire, en su paz o en su sueño, son como reclamados a la vida, obligados a
reaccionar, a entrar en relació
n entre sí. Otros movimientos invisibles se
propagan en profundidad, en todas las direcciones, mientras la china en su
caída remueve algas, espanta peces, provoca siempre nuevas agitaciones
moleculares. Cuando al fin toca fondo, subleva el barro, empuja a los objetos
que yacían allí olvidados, desentierra a algunos, otros acaban recubiertos por
la arena. Innúmeros acaecimientos, o microacaecimientos, se suceden en un
tiempo brevísimo. Aun teniendo tiempo y ganas, ni siquiera sería posible
registrarlos a todos, sin omisiones.
No de otro modo una palabra, lanzada a la
mente por azar, produce ondas de superficie y de profundidad, provoca una serie
infinita de reacciones en cadena, atrayendo en su caída sonidos e imágenes,
analogías y recuerdos, significados y sueños, en un movimiento que interesa a
la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al inconsciente, y que es
complicado por el hecho de que la misma mente no asiste pasiva a la
representación, sino que interviene en ella continuamente, para aceptar y
repeler, enlazar y censurar, construir y destruir”[1].
Esa acción –
reacción, me ha sucedido y me sucede con los libros. Incluso uno puede llegar a
pensar que existe alguna coincidencia, casualidad, a la que le gustaría
encontrar una causalidad mágica.
Las anteriores
líneas son de la primera hoja del libro de Gianni Rodari. Hace ya muchos años,
no sabría precisar cuantos, en un gran foro de magia, La Dama Inquieta, ahora mismo de capa caída debido en parte a
las nuevas tecnologías, me descubrió un autor y un libro que me ha ido
deparando continuas alegrías.
Artista, reconocido
diseñador industrial y gráfico, personaje muy creativo, que experimenta y
reivindica la libertad de experimentar y de jugar.
Por aquella época mi
querido y antiguo compañero de la SEI de Madrid, Gustavo Otero, gran mago, con un buen canal de YouTube de
magia, me descubría a Gianni Rodari (1921 - 1982)
y su libro Gramática de la fantasía (1973).
Un muy interesante y
muy recomendable libro donde nos muestra técnicas para la invención de
historias.
Curiosamente mi
mujer ya conocía a dicho autor, pues compartían estudios e intereses, la
pedagogía. El señor Rodari, fue un importante pedagogo italiano, escritor de
literatura infantil, ganando el prestigioso premio Hans Christian Andersen en 1973.
Este libro
he tenido el placer de descubrirlo y regalarlo a otros buenos amigos que lo han
leído con gran interés.
Mientras
el libro y su autor descansaban en la estantería, al poco tiempo, otro gran
amigo vinculado profesionalmente al sector del lleure, me alertaba por no conocer parte de la obra de Gianni
Rodari y me regalaba uno de sus libros: Historias
por teléfono. Un libro de breves relatos de un padre vendedor que todas las
noches llamaba a su pequeña hijita desde diferentes pensiones de la geografía
italiana y le contaba un cuento antes de que se fuera a dormir.
Un libro
que me ha inspirado una posible obra de teatro-mágica a través de sus historias
y seguramente se quedará en el cajón de los imposibles.
Libro
leído en Castellano, regalado en Catalán y finalmente comprado en su edición
original en Italiano. Tanto consumo tiene una explicación, su edición original
en Italiano fue ilustrada por un tal Bruno Munari (1907-1998).
"Siempre he sentido
curiosidad por ver lo que se podía hacer con una cosa, además de para lo que
sirviera habitualmente".
Mi formación en
diseño gráfico y la cada vez mayor necesidad de ampliar mis conocimientos en
las artes plásticas, me provocan adentrarme un poco más en el Sr. Munari.
Artista que se
siente atraído por el movimiento italiano Futurismo,
aunque afortunadamente no acaricia el fascismo como otros colegas, ha
experimentado con innumerables elementos y entre ellos, el libro infantil. Durante los últimos años de
su vida se centró sobre todo en temas relacionados con la didáctica, la
psicología y la pedagogía, apostando por una educación en el diseño que
comenzara en las guarderías.
Ante tal mentalidad resulta
lógico que Rodari y Munari colaboraran.
Como curiosidad su
colección de Pre Libri, tuvo
dificultad a la hora de pasar las fronteras italianas, ya que los grandes
lumbreras de los señores de las aduanas (con los que tengo una ligera relación,
debido a mi trabajo) no sabían como clasificar esos objetos, si como juguetes o
libros. De hecho lo hicieron como juguetes encareciendo el producto y haciendo
más difícil su venta. “No son libros,
declaró un día un jefe de aduanas, porque no hay nada para leer”.
El tiempo sigue pasando y
en mi Historias por teléfono, edición
Italiana, me siento tranquilo y con el sosiego, del que tiene un pequeño
tesoro, Rodari-Munari.
En mi última visita a la
Fundación Miró, visité la interesante exposición: Fin de partida: Duchamp, el ajedrez y las
vanguardias.
Una exposición que nos: “presenta un
análisis de las vanguardias del siglo XX hasta la eclosión del arte conceptual
desde la perspectiva de lo que parece una anécdota sin importancia: el juego
del ajedrez”.
Si antes hablaba sobre la acción-reacción, de Rodari, ahora quiero dejar esta
poesía de Jorge Luis Borges, resaltando las últimas líneas, que se podían leer
y escuchar en esta exposición:
En su grave rincón, los
jugadores
rigen las lentas piezas.
El tablero
los demora hasta el alba
en su severo
ámbito en que se odian
dos colores.
Adentro irradian mágicos
rigores
las formas: torre
homérica, ligero
caballo, armada reina,
rey postrero,
oblicuo alfil y peones
agresores.
Cuando los jugadores se
hayan ido,
cuando el tiempo los haya
consumido,
ciertamente no habrá
cesado el rito.
En el Oriente se encendió
esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy
toda la Tierra.
Como el otro, este juego
es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil,
encarnizada
reina, torre directa y
peón ladino
sobre lo negro y blanco
del camino
buscan y libran su
batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Siempre podemos encontrar conexiones, palabras que escriben unas manos
misteriosas que luego colocan el libro en el sitio adecuado en el momento
oportuno, llamando la atención a tu mirada, que inmediatamente atrapa tu propia
mano.
En el último libro que he leído. El
Circ dels Saltimbanquis, de Lluis Raluy Tomás, seguimos encontrando eslabones,
seguimos encontrando la sombra de esa china que calló al estanque de Rodari.
“Jaume Arisart
Pons, acróbata al cuadrado, presentaba su número a más de 20 metros de altura,
sin red ni plancha de seguridad. Jaume Arisart Pons, en el mundo del circo fue
conocido también por haber derrotado a grandes campeones del ajedrez”[2].
Y este libro también me dirige los pasos al: “circ Forns, que fue fundado por el padre de Li-Chang, el chino
Badalonés, uno de los más grandes ilusionistas a gran escala que ha tenido
España y que recientemente se ha escrito una magistral biografía” 2.
Esa magistral biografía me espera ansiosa en el estante y le pido disculpas a
su biógrafo Jordi Jané por tan larga espera.
Al finalizar la exposición sobre el ajedrez y Duchamp, con un movimiento
rápido y seco, en diagonal, que algunos reconocerían como el ataque de un peón,
me dirigió a la librería de la fundación y compré el catálogo que con seguridad
esconde otras pequeñas ventanas a mundos fascinantes y como siempre me deje
perder sin rumbo fijo por los libros. Esta vez fue mi mujer quien, con una
sonrisa malévola me mostró mi última adquisición o capricho.
El ilusionista
amarillo. ¿Autor? Bruno Munari. Libro infantil o no, que todo aficionado a la magia
o no, debería tener. Forma parte de una colección, “una serie de 10 libros para niños que Munari diseñó alrededor del año 1945 y
que se basan en ese concepto del libro
como contenedor de sorpresas. Libros que fueron clasificados en su día
como libros-juego o libros animados, en los que el tamaño de las páginas, las solapas y troqueles, junto con las imágenes
de colores vivos, hacían avanzar la historia como por arte de magia”. De Munaris, libros y promesas.
Un libro comprado a ciegas, ya que estaba precintado. Comprado por su
título y por su autor. El ilusionista amarillo,
bien podría haber sido una presentación de un espectáculo del anteriormente
mencionado Li-Chang.
Un libro que en la primera página despierta una sonrisa y te prepara para
la magia: “Señoras y señores, miren
atentamente estas cuatro bolitas, una azul, una roja, una negra y una verde.
Voy a girar la mano y las bolitas desaparecerán. Atención, uno.. dos… y…”
Pasas la página y… chassss…. La magia se hizo.
Os invito a ver este video.
Y con este libro pongo
un punto y coma. Gracias a Gustavo Otero he llegado a conocer este libro,
aunque probablemente esa “china tirada al
estanque” de Gianni Rodari, comenzó mucho tiempo atrás, lanzada por la mano
del ajedrecista de Borges.
En esta tela
liviana, frágil y deshilachada que es mi vida, quedan muchas hebras sueltas por
intentar recorrer. Por el camino de estas líneas quedan pendiente entre otros
el Circo de Calder, la biografía de Li-Chang o la de Houdini,
las líneas de la palma de tu mano… la próxima comida con los amigos después de
disfrutar del Festival Li-Chang, el paseo tranquilo con mi cómplice y paciente
presente por la rambla de Poble Nou, disfrutando de una horchata y su granizado
de limón…
Te invito a que
compartas tus encadenadas casualidades, y espero que en alguna de ellas nos
encontremos.
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