Las
crónicas son tan subjetivas, que si se le suma las malas pasadas que provoca la memoria… Uno
piensa si realmente vale la pena comentar algo sobre lo experimentado.
La
mejor manera de olvidar estas futuras líneas es no leerlas o acudiendo al
espectáculo de Antonio Díaz y disfrutar con él.
Nos
acercamos (mi pareja y yo) al Teatre Tívoli, el viernes 2 de septiembre. Un
teatro lleno, de niños y adultos.
Hace
ya unos años, asistí a su anterior espectáculo Mr. Snow. En un teatro mucho más pequeño que desafortunadamente la
política cultural de este país ha conseguido que se cierre. Recuerdo que la
función se tuvo que suspender, el motivo, nos dijeron, la poca afluencia de
público. Aunque a la semana siguiente nos pudimos resarcir y disfrutar de Mr. Snow.
Realmente
el espectáculo de Mr. Snow y el
actual, La Gran Ilusión, comparte la
misma estructura y la mayoría de los números. Nos encontramos algún efecto
nuevo y sobre todo una mejora de medios técnicos. Un nuevo nombre no significa
nuevo espectáculo. Ahí tenemos a Juan Tamariz, realizando prácticamente su
mismo número durante décadas, cambiando sutilmente el título del espectáculo.
Lo mismo sucede con Faemino y Cansado, y tantos otros artistas que han
encontrado una buena formula después de mucho tiempo de trabajo.
En el
caso de Antonio Díaz, evidentemente el trabajar tanto en un mismo número le
habrá llevado hacia el camino de la excelencia.
Quería
retomar que si Antonio Díaz, anteriormente le costó llenar teatros y ahora lo
hace con cierta “facilidad” es debido sobre todo a su gran popularidad que ha
sabido fraguar en los medios de comunicación. Aprovechando las oportunidades
que se le han presentado como el Discovery Max. Antonio ha entrado en esa
magia, como tantos otros, la magia televisiva del siglo XXI. Aquí hago un breve
paréntesis para los realmente aficionados a la magia y les invito
encarecidamente que lean los artículos de Carlos Devanti, sobre la magia
televisiva.
Juan Tamariz y Antonio Díaz se han hecho
enormemente populares gracias a la televisión y gracias a ello llenan teatros. La
magia que se llevaba a cabo en la época en que Juan Tamariz apareció en
televisión, se podía más tarde, sin ningún problema ver en un Llantiol o en
cualquier Teatro Tívoli. La televisión básicamente era solo un medio, para
poder acercarnos a aquello que no podíamos presenciar in situ. En la actualidad
todo ha cambiado, y mucho. En 1990 se creó la primera página web, antes no
existía el YouTube o similares.
Aquí os dejo un programa de magia, de 1982. Si le
echan un rápido vistazo, podrán darse cuenta de la actual diferencia a la magia
de Antonio Díaz, o de Criss Angel, entre otros:
Como he comentado Juan Tamariz y tantos otros no tenían
ni tienen ningún problema de llevar a termino los juegos que realizan en
televisión, en un teatro. Hace unos años vino el famoso mago Japonés Cyril
Takayama al Congreso Nacional de Magia de Madrid. Muy popular televisivamente
por efectos como este:
Lamentablemente su actuación en Madrid, fue
bastante mediocre.
Muchos de estos magos actuales, se encuentran con
ese problema, que sus número escénicos no se mantienen o no alcanzan la
sorpresa e impresión que en televisión. Evidentemente el medio es diferente y
la forma de trabajar también, al menos ahora con esta moda de tele-realidad.
Antonio Díaz salva este problema, aunque para ello
tiene que recurrir a unos medios no demasiado éticos.
En estas circunstancias que un aficionado a la
magia, como yo, diga si me gustó o no su espectáculo no es muy relevante. Sólo
diré que me entretuvo, pero no me
ilusionó. También hay que decir que el mago espectador está contaminado y
miramos con otros ojos. He podido preguntar a bastantes amigos que han asistido
al número de Antonio Díaz y todos han salido encantados, y alucinando.
El día que yo asistí, al salir del teatro, fuimos
a cenar y al lado de la barra del bar teníamos a una joven pareja que había
asistido también al espectáculo. Puse la antena y… nada, no hablaron de Antonio
Díaz en ningún momento, se engancharon al teléfono y poco mas. No hablaron del
juego final o si el ayudante tal hizo pascual. Quizás los magos no nos damos
cuenta que mucha gente, no busca mucho mas que diversión en un espectáculo.
Aquí hago un paréntesis, para comentar lo que
Maskelyne y Devant, en el libro Nuestra
Magia en 1911, dicen en su norma número 2: “Intenta siempre hacerte una idea exacta del punto de vista que
probablemente adopte el espectador medio”. Para ellos el objetivo principal
del mago era entretener al público y continúan con su norma número 3: “Evita la complejidad del método y nunca
pongas a prueba la paciencia ni la memoria del público”. En varias
ocasiones insiste en el aspecto de ver al público: “No es que los espectadores, de forma individual e independiente, sean
necesariamente estúpidos. Muy lejos de ello. Lo que ocurre es que cualquier
reunión compuesta por personas normales puede tener, en su conjunto, a la falta
de atención y de interés”.
Una hora y 5 minutos que pasaron volando, con una
historia de fondo, similar a la película del Show de Truman, donde Antonio hace
el papel de Truman. Números de magia hablados intercalados con otros de música
y coreografía, algún juego de cerca, con el uso de cámara en mano que se
proyectaba en el fondo del teatro como si se tratara de una pantalla de cine.
Adivinaciones de cartas imposible, la metamorfosis, predicciones imposibles,
historias narradas con una baraja, la poesía de la sombra y como plato fuerte y
final la tele transportación de un espectador en el mismo teatro. Ya le
gustaría viajar tan rápido al Señor Spok.
Y todo ellos en poco más de una hora.
Una gran ovación, todo el público en pie y para
finalizar una ola de fotos y firmas con el artista en la salida del teatro.
No se puede decir que sea un fracaso y como decir
que no es bueno, si el teatro está lleno y la gente a la que preguntas dice que
es increíble y muy entretenido.
Aún así no creo que la vara para medir la calidad
de un número o de cualquier obra de arte sea la repercusión mediática que esta
tenga o la afluencia de público. Incluso tampoco nos sirve en gran medida el
saber si a la gente le gustó o no. Como suelo insistir cuando a uno le gusta o
le desagrada algo, lo único que está definiendo es sus gustos y no aquello que
le gustó. Los gustos son algo cultural que van variando en función de las
épocas, nuestra educación y nuestras experiencias.
Para poder hablar del número de Antonio Díaz
tenemos que comentar otros aspectos. Algunos agradecemos que además de efectos
de magia, nos cuenten historias. Como gran ejemplo tenemos a nuestro ya
desaparecido Rene Lavand, que cautivaba incluso más con sus historias que con su magia.
Antonio Díaz pretende contarnos algo parecido al
Show de Truman y en determinadas ocasiones aparecen unas grabaciones en la
pantalla de cine, de Josep Mª Pou, haciendo de director del programa i
Emma Vilasau, como la madre ficticia, donde Antonio es el Truman de la historia.
Plantean la historia, pero no la desarrollan y
tampoco es un hilo conductor del espectáculo. Si eliminamos la historia, su
espectáculo no se vería perjudicado. Es evidente que sus estudios en arte
dramático le habrán empujado a intentar introducir y juntar ligeramente Teatro
y Magia. Particularmente me agrada que me cuenten algo más y me atrae la idea
de Antonio, de hecho los trabajos de Antonio Díaz y Juanan Martínez como la Compañía Abozzi, resultan bastantes interesantes,
sin embargo en su actual número, La Gran
Ilusión, carece de interés, porque no se ha molestado en desarrollar la
idea.
Aquí vuelvo a mencionar el interesante libro de Nuestra Magia, Our Magic, en el capitulo
VIII, cuando habla de la relación del Teatro y la Magia donde recalcan: “un acto mágico que se presente durante una
obra teatral debe formar parte esencial de la obra. Debe constituir un episodio
sin el cual la trama estaría incompleta. Preferentemente, debería ser tan
esencial que la obra no podría representarse sin él. Al menos, debería añadir
algo decisivo al progreso general y al efecto final. […] Aristóteles nos dice,
como ya hemos citado, que nada que pueda incluirse u omitirse a voluntad forma
realmente parte del espectáculo”.
Otro aspecto a tener en cuenta en el número de
Antonio Díaz, es el manejo que hace de la cámara, cuando realiza algún efecto
de magia de cerca. Baja del escenario y se pone en primera fila, pero dado el
costado al espectador. Resulta extraño esta postura, es como si viajáramos del
teatro a la televisión proyectada en una pantalla de cine, pues se deja de ver
parcialmente al mago y totalmente sus manos, con lo que te ves obligado a mirar
a pantalla. Es consciente de ello, pues hace alguna broma, diciendo que esto no
está grabado. Esta claro que no utiliza el sistema de Juan Tamariz, ya conocido
y repetido por todo cartomago que quiere hacer magia de cerca en un teatro. Desconozco
el motivo, pero podría hacer lo mismo que hace pero colocándose en un lateral
del escenario, cara al público y al menos no se le perdería de vista
físicamente.
Otro punto que me gustaría resaltar y no para bien,
es su manejo con las cartas, el tipo de forzaje que realiza y su aparición de
cartas, no es malo, pero tampoco excelente. Estoy seguro que esta es una
apreciación personal, que de seguro el resto del público no percibió. Aún así
los manejos manipulativos con la baraja podría mejorarse. No le pido que sea
David Sousa o Eduardo Galeano, pero un profesional full time de la magia
debería esmerarse un poco más en el back and front. El movimiento de las manos
a toda velocidad, esos giros de brazo y muñeca ultra rápidos, aquí si que la
mano es más rápida que el ojo, pero por ello no ilusiona y sólo sorprende al
público su destreza.
A partir del minuto 2.
El ritmo del espectáculo de menos a más, fue ágil,
rápido, como mucho ritmo, intercalando números hablados con otros en los que
realiza coreografías con sus ayudantes. Música, baile, magia, bien ensayado y
sincronizado, el resultado… grandes ovaciones. Sabe dar al público medio algo
más que “pura magia”. Antonio se tiene ganada a la gente desde el primer
minuto, tiene encanto, cae bien, resulta natural y sincero, y sus dos últimos
números son impactantes.
En el último juego realiza una tele transportación
de una persona del público, en el mismo escenario de un extremo al otro.
Rápido, efectivo, sorprendente, mágico e “imposible”. Final, aplausos, gente de
pie y Antonio corriendo hacia la salida del teatro para el baño de masas,
fotos, besos y firmas.
En definitiva un espectáculo que funciona, con
muchas posibilidades de mejorar (buena señal de que aún lo puede hacer
mejor y que tiene una esperanzadora trayectoria), aunque no gustará a muchos
mago. Es una suerte que haya magos que llenen teatros, pues son el germen para que el público se anime a ver otros formatos mágicos por voluntad propia.
Seguro que me dejo muchos otros aspectos por
valorar, pero hay uno de ellos que no puedo dejar de mencionar. El uso de
compinches. La magia en la actualidad, y sobre todo en la magia televisiva, se
esta abusando de esta herramienta, poco ética.
Al principio indicaba que Juan Tamariz podía y
puede hacer toda la magia que hace en televisión en un teatro y sin embargo
otros tantos no. Antonio Díaz, como tantos otros que se han sumado al carro del
compinche y trucos de cámara, para poder tener el mismo éxito que tiene en
televisión, necesita recurrir en el teatro y recurre sin ningún problema a los
compinches.
Vuelvo a recordar la lectura de Carlos Devanti
comenta sobre los compinches:
“Creo que en general podríamos
diferenciar entre tres tipos de compinches, y esta es una terminología que me
voy a inventar ahora mismo: compinches sabelotodo, compinches de reacción, y
compinches involuntarios.
El primero de estos es para mí el
más triste. Es una persona que es
contratada para que colabore activamente en un juego, y conoce el secreto del
mismo. Para que nos entendamos, un compinche sabelotodo podría ser, por
ejemplo, un actor que se contrata para que en determinado juego le diga al mago
que la carta en la que piensa es el 3 de corazones, y que después reaccione
como si no supiera como se ha hecho el juego. Es el tipo de compinche que
facilita los mazazos mas fuertes de cara a los espectadores, pero es a la vez
el mas triste para mí, porque hay una persona que se ha desilusionado
totalmente, que es el propio compinche. Hay muchos vídeos en YouTube que
intentan dar explicación a los efectos realizados en estos programas, y que en
muchos casos barajan la idea del compinche. No obstante, como en la mayoría, la
revelación va más allá de decir si hay un compinche o no, prefiero no compartir
aquí ninguno de estos vídeos ya que, estoy
radicalmente en contra de la revelación de trucos en Internet”.
El
tema de los compinches no es nada nuevo, en el libro de Corinda, Los trece escalones del mentalismo
(1958-1960), encontramos estas palabras:
“Este no es el lugar para
discutir si se deben usar compinches o no. Sólo diré que recurro a ellos
bastante y enumeraré algunos detalles que resultan útiles. […] Los compinches
se pueden clasificar en dos grupos: los voluntarios y los que no tienen
elección. Prefiero más bien los segundos, pues actúan con naturalidad hasta el
último momento”.
En el
capitulo undécimo Corinda nos vuelve a mostrar un uso con compinche:
“Puedes usar compinches si
quieres, y no es necesario recurrir a ellos si no quieres. Haz lo que quieras y
deja que los demás hagan lo mismo.
Me acordé de este engaño al
conversar con Fogel sobre efectos de “Preguntas y respuestas”. Es muy viejo,
pero muy bueno. Trabajando en un salón, o desde el escenario, el telépata
entrega sobres y tarjetas para las preguntas. Las tarjetas con las preguntas se
guardan en los sobres, los cuales se cierran y el vidente los recoge. Al
hacerlo, recibe uno de manos de su compinche que está sentando entre el
público. Al recibir el sobre del compinche, se dirige a él y le dice: ¿Escribió
su nombre? El compinche contesta que no y el telépata le devuelve entonces el
sobre para que lo abra, firme la tarjeta, y la guarde en otro sobre. En
realidad lo que ocurre es que se le entrega otro de los sobres que no es el
suyo. El compinche entonces lo abre y lee la pregunta, la escribe rápidamente
en la parte de afuera del sobre, y cierra el sobre. El mago lo recoge y ya está
preparado para una perfecta rutina de “Uno por delante” con sobres cerrados”.
En la
magia, al tratarse de un arte, no existe un código deontológico, por lo tanto
cualquier método que sirva para ilusionar al espectador debería ser más que
suficiente y estar fuera de polémica. Sin embargo el compinche contratado, el
compinche total, resulta reiterativo y de continuas discusiones en los círculos
mágicos.
El
fin no puede justificar los medios. Para alcanzar la paz o el cese de
conflicto, unos buscarán la violencia, otros el dialogo. Llegar a este fin,
será siempre muy diferente dependiendo de los medios usados.
Para
conseguir el milagro, la sensación de imposibiliad en el espectador, ¿se puede
usar cualquier medio? Podríamos decir que sí, de hecho así se hace. Si nos
podemos trascendentales, podemos decir que vivimos una mentira creada por
nuestro cerebro para poder sobrellevar y sobrevivir en esta vida; y a su vez
nos engañan muchos otros, los medios de comunicación, la política, el vecino…,
y por regla general no se paran a reflexionar si el método utilizada es ético o
no. Claro que así nos va últimamente, llorando la imagen de un niño muerto en una
playa lejana, para luego dar a un me gusta en no se donde y girar la cabeza
cuando vemos venir a un vagabundo de nuestra ciudad. Desde luego, la ética, la
filosofía o las humanidades en general no están pasando por su mejor momento,
siendo pisadas por las políticas ultra capitalistas.
Pero
no me desviaré más. Mi planteamiento al respecto del compinche es muy sencillo
de entender. La magia, como arte efímero, no está completo sino es presenciado.
La magia es y debería ser siempre para el profano. Para ilusionar a nuestro
espectador podemos y debemos recurrir a cualquier tipo de argucia técnica o, e
intelectual, pero bajo mi punto de vista nunca
debemos utilizar a un compinche y hacerlo pasar como un espectador.
La
magia mantiene una lucha continua con el lado racional del espectador, poco a
poco, si se hace bien, se dejará llevar. El espectador inteligente o curioso
explorará diversas soluciones, desde las habilidades manuales del mago, los
aparatos que utiliza, la colaboración de sus ayudantes, incluso la ayuda de un
alguien más que no se conoce, entre bambalinas.
Cuando
pedimos la colaboración de un espectador, es para que haga de representante del
resto del público, un espectador-ayudante expresivo, receptivo; queremos que
las neuronas espejo empiecen a trabajar y emocionen al resto del teatro. Queremos
eliminar los posibles recelos y demostrar que todo es “legal” y que el
espectador actúa con total libertad, aunque luego sea dirigido por el camino
que nosotros deseamos. Si se saca a un espectador y se le hace levitar, es
indudable que el efecto es mayor que si quien levita es su ayudante. El
espectador en un principio no buscará “el truco” en el espectador, pues podría
haber sido él.
Introducir
a un actor, hacerlo pasar por un espectador, para ilusionar, simplemente
resulta una barrera que ningún mago, vago ninguna excusa artística debería
franquear, (por mucho que se diga que el arte no tiene reglas). Más molesto
resulta aún cuando su uso es empleado innecesariamente, pues con el manejo de
otras técnicas se podría resolver.
En mi
lectura reciente de Nuestra Magia,
aunque es un libro del 1911, creo que tiene total vigencia y suficiente
autoridad para mencionar la opinión de Maskelyne y Devant al respecto:
“El principio de la confabulación
posee poco mérito. Un efecto que dependa de este principio es simplemente un
trabajo arreglado de antemano, por medio del cual se engaña al público, en
lugar de tratarle honestamente. Nada puede ser más sencillo que emplear un
compinche, que pretende ser un espectador normal y ayuda al artista de algún
modo acordado previamente. Difícilmente podrá ser considerado como un principio
genuinamente mágico, aunque puede haber ocasiones en que su uso esté
justificado. Por regla general, debería evitarse, ya que es un proceder indigno
para un mago que valore su reputación”.
De
todas formas no me rasgaré las vestiduras, dejaremos que sigan rompiendo esta
norma, no le diré nada al próximo amigo que asista al número de Antonio Díaz y
me morderé la lengua cuando me pregunten cómo lo pudo hacer. Tampoco voy dando
la lata pidiendo que se cambien de compañía de gas, o de banco, por la falta de
ética de estas entidades. Que le vamos a hacer, no somos perfectos, si
perdonamos a los Bancos, porque no lo vamos a hacer con toda esta tropa de
artistas.
Bibliografía:
Corinda.
13 Escalones del Mentalismo. Madrid.
Ediciones Laura Avilés, 1997.
Maskelyne
y Devant. Nuestra Magia. El arte en la
magia, la teoría de la magia, la práctica de la magia. Ediciones famulus,
2011.
Gracias por recomendar y leer mis artículos. Tengo una conferencia preparada sobre la este tema y disponible para darla en círculos de magos.
ResponderEliminarSaludos!!